viernes, agosto 19, 2005

Alguien debería hundir al Galeón.

El otro día tuve la desgracia de ir a parar a un antro de mierda en las Peñas llamado El Galeón. ¿Alguna vez han ido ahí? ¡NO VAYAN NUNCA!

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Nebot debería hacer regeneración urbana a puñete limpio en la cara del hijueputa que maneja El Galeón.


Yo, gracias a Dios, no tenía hambre, pero pedí una humita y un margarita para acompañar a mis amigos que me llevaron a ese Campo de Concentración Auschwitz culinario. El Galeón, a pesar de tener todas las sillas marca PICA, se cree gran restaurante y cobra siete dólares por una cochina humita y un cochino margarita. ¿Saben qué? Si el dueño de ese lugar de mierda hubiera salido con un cuchillo y me hubiera robado los siete dólares que pagué, y aparte se me hubiera pateado los chuzos, no estaría tan cabreado como estoy ahorita por haber pagado esa cantidad por esa diarrea de chancho de comida.

El Margarita, que vale cuatro dólares con cincuenta, viene en un vaso de juguete. Y para rematar la huevada, el contenido del vaso es 99% HIELO. Y ni siquiera es que son varios hielos, como para decir que el margarita estaba metido por ahí entre los hielos; era un solo hielo enorme. Era un puto iceberg; si lo cogías con la mano y se lo tirabas al Titanic, el puto Titanic se hundía con Leonardo DiCaprio y todo. Pagué cuatro dólares con cincuenta por un hielo bañado en tequila. Ni siquiera era margarita, esa huevada era hielo, un escupitajo de tequila y sal.

A la verga con el galeón. La próxima vez que vaya para allá, voy a llevar un cóctel de mi casa, y va a ser un cóctel MOLOTOV.

La humita era otro crimen contra la humanidad. Esa huevada de humita no conocía el queso ni en foto. Aparte, era la única humita del mundo no hecha con choclo, sino con aserrín. Comer esa huevada era como comer un año viejo barato.

Aparte, para cagar todavía mas el lugar, tienen música en vivo. El hijueputa que canta, tiene el superpoder especial de hacer que todas las canciónes que el man cante, sin importar que tipo de canción sea, suenen igualito. Chucha, la única forma en que yo sabía que estaba cantando otra canción, era porque la letra cambiaba. Cuando el inepto ese empezó a cantar canciones de Jota Jota, yo quería salir corriendo por el miedo que me daba la posibilidad de que Jota Jota se levante del cementerio - que no queda tan lejos - y se le coma el cerebro a ese pendejo. La única forma en que yo me pondría escuchar a ese pelavergas cantar sería si se pone a competir con el gordo “Sargento Pimienta” que canta en el café Liverpool, para ver cual de los dos masacra canciones con mas crueldad. Si ponemos a estos dos mamarrachos en la misma habitación, la cantidad de partículas de valeverganium sobrepasaría los límites antes concebidos y se abriría un hoyo negro que se los trague a los dos, y así no tendríamos que volver a ver a este par de huevones.